jueves, 18 de octubre de 2018

Noches Blancas: La soledad del amante

Pocas veces me he encontrado con películas que superen a las obras literarias en las que están basadas. Es más, sólo una.
Una en la que Maria Schell espera la llegada de su amante, apoyada en la baranda del puente, con Marcello Mastroianni observándola de cerca, y con toda una ciudad acompañando la soledad de los protagonistas y sus carencias en el amor.
Luchino Visconti logra captar toda la esencia de la obra de Dostoyevski plasmándola de ese tan típico neorrealismo italiano que caracterizó su primera etapa en su carrera como director. Temas como la fugacidad de los sentimientos y la irreversibilidad del destino se conjugan en una atmósfera onírica que empieza a abrirle el camino a Visconti hacia horizontes más surrealistas. 
Toda la película es rica en claroscuros, sobras misteriosas y tintes bohemios que decoran una atmósfera un tanto veneciana que es el escenario perfecto para una historia que se encamina hacia el romanticismo más puro. La soledad de ambos personajes encontrará un alivio repentino entre la bruma constante que emana la ciudad, y el pasado y el presente se fusionarán dándole a la película ese tono irreal que tanto la caracteriza.
Es una historia de amor frustrado, de búsqueda ciega de la felicidad, de dolorosa soledad. Una adaptación bastante italianizada de una obra rusa (con todo lo que ello significa) pero que conmueve tanto con su argumento como con su realización escénica. En lo personal, deja un sabor amargo. Sería imposible no volver la vista atrás mientras Mastroianni se aleja cargando consigo el peso de su propia existencia.
Es "Noches Blancas", y nada como volver a verla. Otra vez.