domingo, 7 de enero de 2018

Los ojos de España


“Ojos verdes” llegó a mis oídos a través de la voz de la Pantoja hace tantos años ya, que prefiero no sacar cuentas. Y a pesar del tiempo, y de las reproducciones en múltiples artefactos electrónicos, el sonido de una de las coplas más sentidas de España, no deja de emocionarme.
Hay surtidas interpretaciones sobre su composición.
Dicen que tuvo un primer parto una noche en la que se reunieron Rafael de León, Federico García Lorca y Miguel de Molina (son irresistibles para mí las ganas de soñar con haber presenciado semejante reunión cumbre). Fue en Barcelona, quizás en 1931 o en 1935. De ahí en adelante se crearían varias versiones. Para mujeres, para hombres e, incluso, para franquistas donde aparecen algunas “diferencias” que Molina tuvo que adoptar para cantarla. Hoy, después de más treinta años sin Franco, los cantaores recuperan aquella versión original que dice “apoyá en el quicio de la mancebía” en vez de “apoyá en el quicio de tu casa un día”.
Aún así, parece que las mutilaciones sufridas por “Ojos verdes” no fueron suficientes para librar a Miguel de Molina de un destierro cruento que lo trajo por nuestras tierras. Fue víctima de maltratos y persecuciones por ser “rojo y maricón”, e “invitado” a dejar España en 1942. En Argentina su vida no fue más sosegada: brilló con su arte, cautivó a Eva Perón y terminó sus días en 1993, encerrado en su caserón acompañado de su máquina de coser Singer con la que confeccionaba su vestuario. También fue perseguido por nuestro régimen militar, que le confiscó sus bienes y lo obligó a un nuevo exilio, esta vez en México. Pero dicen que era tanto lo que extrañaba que le escribió una carta a Evita y ella mandó a buscarlo para traerlo otra vez.
Y como si tanto dolor no fuera suficiente, se hicieron dos películas en su honor (“Las cosas del querer”) y nunca le pagaron los derechos por contar su historia. Y pesar de sus ganas de retirarse de la vida pública, los éxitos de taquilla hicieron de él un ícono del arte queer sin él buscarlo jamás.
Hoy “El rey de la copla” ya descansa de una vida agitada que lo llevó a la cumbre de la música y al fango de la violencia falanquista. En 2008, al cumplirse un centenario de su nacimiento, se intentó repatriar sus restos a España, pero su hermana no quiso que Miguel regresara a la tierra donde tanto sufrió.
Dueño de un talento invaluable que lo posicionó en la lista imperecedera de las mejores voces de la canción española, Miguel de Molina resuena ahora en mi casa como si fuera simplemente un sonido más del ambiente. Todo lo penetra. Y “Ojos verdes” es su himno. Sin importar su génesis, la tiranía de la tristeza se cuela por sus versos. Para hacerle justicia, prefiero una versión sin enmiendas franquistas ni tantos escándalos morales.



Apoyá en el quicio de la mancebía 
 miraba esconderse la noche de mayo 
 pasaban los hombres, ella sonreía 
 hasta que en su puerta pare mi caballo. 
 “Serrana, ¿me das candela?”
Y ella me dijo, “gaché, 
ven y tómala en mis labios
que yo fuego te daré.” 
 Baje del caballo,
de cerca te vi 
 y fueron dos verdes luceros de mayo
tus ojos pa’ mí. 
 Ojos verdes, verdes como la albahaca 
 verdes como el trigo verde y el verde, verde limón. 
 Ojos verdes, verdes con brillo de faca 
 que están clavaitos en mi corazón. 
 Pa’ mí ya no hay soles, luceros, ni luna, 
 no hay más que unos ojos que mi vía son. 
Vimos desde el cuarto despuntar el día 
y anunciar el alba la torre la vega. 
Dejaste mis brazos cuando amanecía 
y en mi boca un gusto a menta y canela. 
“Serrana, para un vestido
yo te quiero regalar.” 
“No hace falta, estas cumplido,
no me tienes que dar na’.” 
Subí en mi caballo,
volando me fui 
y nunca otra noche más bella de mayo
he vuelto a vivir.

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