“Ojos
verdes” llegó a mis oídos a través de la voz de la Pantoja hace tantos años ya,
que prefiero no sacar cuentas. Y a pesar del tiempo, y de las reproducciones en
múltiples artefactos electrónicos, el sonido de una de las coplas más sentidas
de España, no deja de emocionarme.
Hay
surtidas interpretaciones sobre su composición.
Dicen
que tuvo un primer parto una noche en la que se reunieron Rafael de León, Federico
García Lorca y Miguel de Molina (son irresistibles para mí las ganas de soñar
con haber presenciado semejante reunión cumbre). Fue en Barcelona, quizás en
1931 o en 1935. De ahí en adelante se crearían varias versiones. Para mujeres,
para hombres e, incluso, para franquistas donde aparecen algunas “diferencias”
que Molina tuvo que adoptar para cantarla. Hoy, después de más treinta años sin
Franco, los cantaores recuperan aquella versión original que dice “apoyá en el
quicio de la mancebía” en vez de “apoyá en el quicio de tu casa un día”.

Y
como si tanto dolor no fuera suficiente, se hicieron dos películas en su honor
(“Las cosas del querer”) y nunca le pagaron los derechos por contar su historia.
Y pesar de sus ganas de retirarse de la vida pública, los éxitos de taquilla
hicieron de él un ícono del arte queer
sin él buscarlo jamás.
Hoy “El rey de la copla” ya descansa de una vida
agitada que lo llevó a la cumbre de la música y al fango de la violencia
falanquista. En 2008, al cumplirse un centenario de su nacimiento, se intentó
repatriar sus restos a España, pero su hermana no quiso que Miguel regresara a
la tierra donde tanto sufrió.
Dueño
de un talento invaluable que lo posicionó en la lista imperecedera de las
mejores voces de la canción española, Miguel de Molina resuena ahora en mi casa
como si fuera simplemente un sonido más del ambiente. Todo lo penetra. Y “Ojos
verdes” es su himno. Sin importar su génesis, la tiranía de la tristeza se
cuela por sus versos. Para hacerle justicia, prefiero una versión sin enmiendas
franquistas ni tantos escándalos morales.
Apoyá en el quicio de la mancebía
miraba esconderse la noche de mayo
pasaban los hombres, ella sonreía
hasta que en su puerta pare mi caballo.
“Serrana, ¿me das candela?”
miraba esconderse la noche de mayo
pasaban los hombres, ella sonreía
hasta que en su puerta pare mi caballo.
“Serrana, ¿me das candela?”
Y ella me dijo, “gaché,
ven y tómala en mis labios
que yo fuego te daré.”
Baje del caballo,
Baje del caballo,
de cerca te vi
y fueron dos verdes luceros de mayo
y fueron dos verdes luceros de mayo
tus ojos pa’ mí.
Ojos verdes, verdes como la albahaca
verdes como el trigo verde y el verde, verde limón.
Ojos verdes, verdes con brillo de faca
que están clavaitos en mi corazón.
Pa’ mí ya no hay soles, luceros, ni luna,
no hay más que unos ojos que mi vía son.
Vimos desde el cuarto despuntar el día
y anunciar el alba la torre la vega.
Dejaste mis brazos cuando amanecía
y en mi boca un gusto a menta y canela.
“Serrana, para un vestido
Ojos verdes, verdes como la albahaca
verdes como el trigo verde y el verde, verde limón.
Ojos verdes, verdes con brillo de faca
que están clavaitos en mi corazón.
Pa’ mí ya no hay soles, luceros, ni luna,
no hay más que unos ojos que mi vía son.
Vimos desde el cuarto despuntar el día
y anunciar el alba la torre la vega.
Dejaste mis brazos cuando amanecía
y en mi boca un gusto a menta y canela.
“Serrana, para un vestido
yo te quiero regalar.”
“No hace falta, estas cumplido,
“No hace falta, estas cumplido,
no me tienes que dar na’.”
Subí en mi caballo,
Subí en mi caballo,
volando me fui
y nunca otra noche más bella de mayo
y nunca otra noche más bella de mayo
he vuelto a vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario