“El amor es cosa de mandinga”, habrá pensado Gabriel García Márquez y
creó a Sierva María de Todos los Ángeles.
“El amor es cosa de mandinga”, habrá pensado, y dio vida a Cayetano
Delaura.
“El amor es cosa de mandinga”, habrá pensado, y escribió “Del amor y
otros demonios”.
Cómo no va a ser cosa de mandinga un amor que hizo invisible a Cayetano
en el momento en el que la monja guardiana entró en la celda de Sierva María, e
impidió así que lo viera acostado semidesnudo junto a ella.
Cómo no va a ser cosa de mandinga un amor que obliga a un hombre
recorrer todas las noches un oscuro túnel, sangrándose las manos por cruzar
tapias, todo para llegar a la celda donde su amada lo espera.
Cómo no va a ser cosa de mandinga ese amor que encegueció a tal punto a
Cayetano que creyó poder volverse invisible otra vez por la fuerza de la
oración, y atravesó las puertas del convento de las Clarisas, subió escaleras,
recorrió pasillos, cruzó jardines hasta que se encontró rodeado por las monjas
con sus crucifijos en alto gritándole “Vade retro”.
Cómo no va a ser cosa de mandinga un amor que llevó a Sierva María a
abrirse de brazos en la puerta para exigirle a Cayetano que no se iba o se iba
ella también.
Cómo no va a ser cosa de mandinga ese amor que lleva a un hombre
desolado por la ausencia y condenado a ser enfermero de leprosos, a comer con
ellos, dormir con ellos, bañarse con ellos, todo para contraer la lepra y
morirse de una vez por todas, pero no conseguirlo y vivir muchos años más.
Cómo no va a ser cosa de mandinga un amor que lleva a un cura y a una
niña poseída por Belcebú a recitarse los versos más hermosos que conocí de Garcilaso
de la Vega: “En fin a vuestras manos he venido do sé que he de morir tan
apretado”.
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